28/6/11

El efecto halo y el efecto tridente: cuando preferimos zanahorias del McDonald´s a zanahorias de verdad

Nuestro cerebro resulta muy impreciso a la hora de valorar o creer en algo. Simplemente agarramos los datos disponibles, rellenamos los huecos… y ancha es Castilla, como suele decirse.

Por esa razón, la mayoría de gente cree más fácilmente que una persona atractiva es más buena que una muy fea, y viceversa. También los estudiantes consideran que el nivel docente de los profesores con mejor presencia física es superior a los de peor presencia física.

En lo que en psicología se denomina efecto halo:

Si albergamos sentimientos favorables hacia una persona determinada por una única faceta suya, automáticamente tendemos a generalizar esa impresión positiva para abarcar las demás facetas.
Cuando obramos en sentido contrario, es decir, nos basamos en una única faceta que nosotros creemos negativa (aspecto físico, etnia, edad, etc.) para generalizar esa negatividad en el resto de facetas, entonces estamos poniendo de manifiesto el denominado efecto tridente.

Estos efectos son tan poderosos y desvirtúan tanto la realidad objetiva que incluso puede alcanzar cotas delirantes, como demostró un sorprendente estudio muy reciente: los niños de edades comprendidas entre 3 y 5 años atribuyeron una mayor valoración a alimentos como las zanahorias, la leche y el zumo de manzana si venían en envoltorios de McDonald´s.

Es decir, que preferimos la comida incluso si está envuelta de determinado efecto halo, independientemente de sus cualidades intrínsecas.

Veamos, por ejemplo, un estudio verdaderamente triste en el que a un grupo de sujetos se les mostraba una foto de un niño agraciado, y a otro grupo, una foto de un niño menos atractivo. A continuación, se les decía que el niño en cuestión (llamémosle Junior) acababa de lanzarle a otro una bola de nieve con una piedra dentro; después, se solicitaba a los sujetos del ensayo que interpretasen el comportamiento de Junior. Quienes vieron la foto del niño poco agraciado definieron a Junior como un matón, tal vez camino del reformatorio; en cambio, quienes vieron la foto del niño más agraciado emitieron juicios mucho menos severos, dando a entender, por ejemplo, que Junior sencillamente “tenía un mal día”.
En definitiva, la estética produce interferencias en el canal de nuestra facultad de creer. Y esto no es resultado de la publicidad ni de una sociedad que tiende a la frivolidad y al vicio. Es algo que ha pasado en todas las épocas de la historia, porque el defecto viene de fábrica. Los expertos en marketing sólo se aprovechan de él.

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